domingo, 18 de junio de 2017

El español.

-Pues he venido acá porque en Europa dios ha muerto. Enterrado en los templos. Ya no hay luz, ya no se quema incienso, ya no se escuchan los coros-, dice, y agrega, -Vine por eso y porque sueño con ellos desde hace diez años, los hopis me llaman, que venga, que me tienen que decir algo. Sé que tu tienes un buen carro y conoces bien la reserva. Sé también que no dirás que no. ¿Me llevas allá?
El desierto cambia sin dejar de llamarse desierto. Por ahí un color ocre, por ahí rojo, a veces una reunión de cactus, por ahí unos bisontes pastando piedras, ningún alambrado, algún rancherío con un solo árbol logrado con riego humano y decenario. Cada tanto una montaña aislada, un volcán que vió y verá todo, por más extinto que esté.
-¡Montaña sagrada! ¡Montaña sagrada!- grita el español cuando pasamos frente a la mía y saca un flautín del bolso y toca una melodía ignota. Ciertamente acierta. Es sagrada esa montaña. Es tierra Diné, es tan sagrada y secreta que no figura en los mapas.
-Ese dolor que tienes, tienes que sacártelo. Que los hopis te invitaran a una ceremonia secreta es un gran honor. Te equivocaste al llevar a tus amigos. Me imagino vuestras caras cuando os echaron del pueblo. Vale, es sólo un error. Ve allí, entra al pueblo, y al primero que veas le explicas tu falta, tu vergüenza y tu dolor, y le pides perdón. "Déjamelo conmigo", te dirá. Eso será todo.
Camino a su destino paramos en unas ruinas abandonadas por una misteriosa tribu hace milenios. El único vestigio humano es ese acantilado horado de pequeñas cuevas donde moraban, una propiedad horizontal primitiva, si entonces hubiera habido propiedad. Nadie sabe adónde fueron, simplemente desaparecieron. Miles de años después desde el valle, el español mira y mira otra vez las decenas de cuevas allá  en lo alto, en la pared del acantilado. Al cabo explota sonriente, -¡Saltaron! Simplemente saltaron desde allí. ¿Sabes? Los iniciados pueden pasar al otro lado con cuerpo y todo. Nosotros sólo podemos morir.
Seguimos camino hasta el pueblo hopi..A la entrada hay cuatro hombres. Fuman y beben. En silencio me escuchan y uno de ellos pone una mano al pecho y dice, -Déjamelo acá conmigo-. Con la otra mano me ofrece un pucho.
Dejé al español en ese pueblo. Nunca se supo más de él. Quizá haya saltado..

No hay comentarios:

Publicar un comentario