sábado, 24 de septiembre de 2011

La beba del bebé.

Belice. A saber, calor húmedo, morochos oscuros en oscuras rutas, te cobran para entrar y te cobran para salir, inglés inintelegible, costanera para ricos, downtown para el resto. Una noche me bastó para dar por cumplido un deseo adolescente y punto. Vamos a Guatemala, Dani, dale vamos.
En el horizonte se van agrandando las montañas con promesa de altura y aire fresco y seco. Ya no aguanto respirar sopa. Una de las rarezas de este viaje es que nadie me hizo dedo desde Vancouver hasta acá. Acá es un semipueblo de sierra beliceña. Nada de backpacker, nada de hitchhiker. Una nena de quince, flaquita, chiquita, negrita. Linda linda. De un brazo le cuelga un bebé de la mitad de su tamaño. Con la otra mano acarrea un valija del doble de su peso. La acomodamos y seguimos. Me va a avisar cuándo se tiene que bajar, cosa que ocurre a los 15 minutos. Me parece poco. Le pregunto adónde va. Uy, mucho más lejos, adentro de la sierra y señala una huella de camino. No puedo dejarla así, y para algo tengo La Julia. Meto las cuatro ruedas a trabajar y subimos un caminito lleno de barro y semikselva. La Julia ronronea de contenta.
Al cabo de media hora nos hace parar, junto a un alambrado de púa. Es la parte de atrás de una finca. No quiere entrar por adelante. Así furtiva, trato de ayudarla a pasar sus cargas por encima del alambre, pero Dani encuentra un paso más sencillo. Pasa el alambrado y con mirada añeja me pregunta cuánto me debe. La pena se me chorrea desde la garganta. Le doy dinero y allá va, arrastrando valija y bebé.
Escapando de qué. Ocultándose de qué. Yendo hacia qué. Tan linda. Tan niña. Tan bebote el bebé. Podría llevármela conmigo. Darle todo el cuidado y el amor que tengo, que quiero dar. Las lágrimas se salan de sudor y casi no puedo ver.

Por qué lloras?, dice Dani.
Por qué no?, digo yo.

No te pido que ayudes, no te pido que des dinero. Sólo te pido que abras tu corazón y llores el dolor del mundo. Dale, lector. Llorá.