miércoles, 5 de marzo de 2014

Miedo muerto.

Calingasta. Nos para la gendarmería. Un cabo ojos claros de serpiente me pide papeles de la moto, mi Viola. Le doy. Me pide registro de conductor. Le doy. Cada vez que cumplo con lo que me pide se pone peor, los ojos se le vuelven amarillos, se estrechan, se afinan, se reptilan. Me pide el seguro. Le doy. Me dice que está vencido y que me va a secuestrar la moto. Tiro en secreto los dados. Me dicen: "¡Escapá!"
Pregunto amablemente dónde la dejo, me subo, la arranco y salgo cagando.

El camino es de montaña. De un lado. Del otro precipicio. Voy al taco. No me importa, no me importa, no me importa. Si me muero me muero. Esto es así. Si me toca me toca. No me gusta correr, pero esta vez sí. La Viola se quiere seguir de largo en cada curva. La domo. Y aprieto y sigo y sigo. A 100. A 120. A qué se yo cuánto. ¿Kilómetros o millas? No me importa. Estoy haciendo lo que tengo que hacer. Como Juli que sabía que iba al encuentro de su camión. No da para mirar atrás. Es mi destino, está adelante. ¡Vamos por él! Soy el tipo más poderoso del mundo. De frente a la muerte. Cara a cara. Se la escupo..

El asfalto se vuelve camino de ripio, la Viola empieza a patinar y tengo que aflojar. Morir, si, cuando quieras. Un triste porrazo contra las piedras, no gracias. No tardan en alcanzarme y cerrarme el paso.

"¡No voy a darte la moto! ¡Yo estoy haciendo lo que tengo que hacer! Si tu deber es disparar, dispará nomás y estamos a mano."
El tipo es un teniente. Me mira con asombro. Se baja y se acerca. Me pide que vuelva, que tiene que cumplir con su deber de traerme de vuelta, pero me promete que no me van a tocar ni a mí ni a la Viola. Le pido su palabra de honor y me la da. Chequeo los dados, que aprueban. Nos estrechamos las manos.

Estoy en la oficina del teniente. El cabo Serpiente ronda por ahí con cara de fastidio. El teniente me da un número de fax y me pide que le mande un actualización del seguro desde la próxima ciudad a la que vaya. Me pregunta sobre mi vida, me pregunta sobre Julieta, charlamos un buen rato. Luego me invita a irme. Me acerco a estrecharle la mano. Me dice: "Acabo de perder a un hermano de la edad de tu hija. Te comprendo". Nos abrazamos. Lloramos. Y dos ángeles chocan los cinco en ningún lugar.

Muerto el miedo, es otra la vida.