viernes, 1 de julio de 2011

Mitsubishic.

La Mitsubishi L200 blanca, para no llamar la atención de los paisanos. Si todos tienen pickups blancas, entonces este porteño la tiene blanca nomás. Aunque siempre elegí autos rojos. Pero el rojo llama la atención de los toros, y de los paisanos.
Los ataúdes de los niños son blancos. Porque mueren puros, vírgenes, limpios de vida. La Mitsubishi blanca casi se vuelve un ataúd. Mi ataúd. Y yo hubiera muerto como un niño, virgen del dolor y el amor y todo todo lo que me dejó la muerte de Juli. Y su vida. El 7 de abril del 2000 yo no morí porque no me tocaba. Juli tenía añitos y yo una vida ignorante de la vida. Y de la muerte.
Intenté cruzar un vado, el motor se clavó y la correntada me tiró a un río. Un alambrado trabó la camioneta y por efecto de la correntada la trabó contra el fondo. Yo dentro de la cabina, el agua subía y pasaban los minutos. Ventanas cerradas y levantavidrios inútil y eléctrico. Golpeé con un trabavolantes los vidrios, pero la presión del agua convertía al vidrio en acero. Golpeé con mi cabeza. Ahora sé lo que se siente ser moscacucaracharata. Y el agua subía. Y lo único que podía pensar era "cómo me voy a morir de forma tan boluda".
El alambrado cedió y zafó la camioneta, que alcanzó a flotar. Pateé la puerta y salté al agua y nadé como pude y llegué a la orilla y miré la camioneta que se llevaba la correntada y dejé los cigarrillos ahí y, ¡mierda!, qué gran momento para un pucho.

El del seguro por teléfono me dice que me dan una camioneta nueva. "¿Qué color?', me pregunta."Blanca", digo, sin pensar, pero la llamada se corta.
"No escuché. ¿Qué color?" de nuevo me llama.  "Blanca", vuelvo a decir, pero de nuevo se corta.
"¡Dígame rápido el color!", insiste. Y yo... "¡Roja! ¡La quiero roja!' Esta vez no se corta.

2009. Vancouver. Rainy Vancouver. Busco 4x4 digna de mí. De mi viaje panamericano. Mitsubishi Pajero es mi elección, diesel, vieja, manual, pocos km. Otra vez tengo dos opciones. Un modelo Super Special roja, y una más standard blanca. Voy a ver la roja. Es demasiado. Es una edición especial para super fanas del off-road. Yo no necesito tanto. Me decido a ir el próximo día por la blanca. Pero el próximo día una pierna me duele tanto, de nada, por nada, que no puedo levantarme. ¿Será que...?
Decido, si la pierna me deja, ir a echarle otra mirada a la roja el día siguiente. La pierna amanece sin dolor.
Esta vez la manejo yo. Es menos indócil de lo que creía. Se fabricaron sólo 750 de éllas. Y ésta es la número 627. Mi número, el 627, desde mis trece años, el 627. No es mi número de la suerte. Es el número de mi destino, de mi amor y de la señal que espero.  "¿Tiene nombre?", le pregunto a Lou, el dueño. "Sí, yo le puse Julia".
No necesito más. La Julia. Mi Julia. Nuestra Julia. Roja, el color del fuego, el color del Fénix. Y de los iniciados.

jueves, 30 de junio de 2011

Ya se fué el tiburón.

Salimos con Guillermo a la bahía. Las montañas son pura roca roja, gris, amarilla. Hay senderos por donde antes se traía el oro y el cobre de las minas. Hay una casa encajada con la piedra de la montaña donde hace no sé cuántos años no sé qué francés hacía no se qué. No sé si se rajó o lo mató la revolución de no sé qué líder mexicano. Guillermo me explica todo esto y yo sólo pienso tiburontiburontiburón.
¡Bah! También pienso cómo carajo voy a hacer después de tirarme al agua para subir de vuelta al bote con una sola pierna aprobada como tal. Eso si llego alguna vez a tirarme. Eso si llego alguna vez a volver al bote.
Total, que por ahí no aparece ningún tiburón y listo, se acabaron mis problemas. Igual me hago el canchero y me pongo el equipo de snorkel. Creo que hace 6 años que no lo uso.
Yo soy el primero que lo divisa. Es chiquito, 5 ó 6 metros. Los tiburones ballena que vienen a la Bahía de los Angeles son adolescentes. Un tiburón ballena adulto puede llegar a medir 20 metros. Este es chiquito las pelotas. 6 metros de tiburón son muchos metros. Me siento en la borda y Guillermo arrima el bote. El me va a decir cuándo. ¿Estoy por tirarme de espaldas sobre un tiburón? Wako, patso, loco, fou. El tiburón está debajo mío. Mide dos veces el botecito, que lleva a Guillermito con Ivancito. ¿Qué querés? Al lado de la bestia hasta las montañas parecen decorado de trencito Marklin.
La orden no llega. El tiburón nunca deja de estar debajo de donde me voy a tirar, hasta que desaparece en la profundidad. Vamos por otro. Los latidos de mi cuore no amainan porque ahora vi que se mueven rápido y que sacuden como matamoscas esa colita de apenas 3 metros.
Aparece un segundo. Esta vez hay lugar para tirarse. Me tiro. Guillermo me hace señas hacia dónde ir. Lo veo por encima de la superficie. Veo la aleta dorsal y otra que tiene en la cola que se mueve de aquí para allá. Pero bajo el agua no lo veo. Me aproximo, con más cagazo que ganas. Pero no lo veo. Al final desaparece. Nada.
Subir al bote, cansado, emocionado, cagado en las patas (de rana),  es mi nueva proeza. Guillermo improvisa un escalón con una soga donde pongo la pata buena. Con una mano me agarro de un parante en la borda y arriba la pata mala. Ya estoy desparramado adentro del bote. Qué estilo... penoso.
Vamos por otro. Allá está. Este es un chiquito de los grandes. 8-9 metros. Me tiro de nuevo. Me aproximo. Lo veo desde la superficie, no lo veo debajo. Me aproximo como un patito. Lo veo desde arriba. No lo veo de abajo. ¿Cómo puede ser? ¡Qué visibilidad de mierda hay acá! Creo que estoy a menos de 2 metros. Me asomo por arriba y ya no está. ¡Puta! Meto la cabeza bajo el agua y me digo: "¡Qué cerca que está el fondo!" Pero el fondo tiene lunares claros y se mueve. Abajo mío es todo fondo, todo tiburón. Está pasando debajo mío, casi rozándome. No termina nunca de pasar. Todo mi campo visual es tiburón. Pego un grito que sale por el tubo del snorkel. Cuando me asomo a la superficie, veo que Quillermo no puede más de la risa.

Ya de vuelta en el bote Guillermo me pregunta si quiero ver otro. Ni en pedo. Todavía tiemblo. Pero estoy contento. Un sueño más que ya no es sueño. Y pude.
 Pude.

domingo, 26 de junio de 2011

Un día en la vida de Ivan Ivanovich.




PHOBOS.


San Felipe. Baja California. México. Me despierto en San Felipe, Baja California, México! Y volver, volver, vooooollllveeeeerrrr....! Te das cuenta? Me doy cuenta? Hace un año estaba en terapia intensiva, con más ganas de dar por finalizados mis días que de otra cosa. Estaba en un túnel sin luz y sin salida. Ahora me despierta el sol de México, todo sol, todo cielo, ni una nube. I can see clearly now, the rain is gone...

Matecito, rituales matinales y a partir. San Felipe es un pueblo, ciudad chica diría, bien mexicano pero todavía con rastros de turismo gringo. Mi objetivo es La Paz, capital de Baja California Sur, todavía muy lejos. Quiero bordear y explorar la costa del mar de Cortés. Según el viejo mapa y mi memoria, de aquí en más es todo camino de terracería, o sea camino de piedra. No es ripio como nosotros lo conocemos, hay rocas y piedras puntiagudas.  La Julia ya se relame. La pobre ya se tuvo que bancar 7000 km de pavimento. Creo que por eso se mufó y se rompió en Flagstaff.
Tomo el camino y sorpresa. Está pavimentado. Y bueh, por un lado más rápido. Por el otro, no sea que La Julia se me enoje otra vez. Y no siempre el progreso es bienvenido. Siginifica más ricos construyendo y contaminando todo.
La ruta sigue la costa hasta Puertecitos. 90 km. 130 habitantes. Una estación Pemex que no tiene diesel. Igual tengo tanque lleno, pero nunca se sabe. También tengo 10 litros de agua. Nunca se sabe. El calor empieza a trepar y el aire acondicionado de la Julia anda flojo, apenas alcanza para ventilarme los pies.
En Puertecitos el encargado de la Pemex me dice que el camino sigue asfaltado hasta la ruta 1, la que me llevará a La Paz. Sigo viaje. De pronto, un corte por obras. Desvío. Desvío? Nunca más vi asfalto. El camino se vuelve un camino escarpado y poceado y piedrado en el que apenas puedo andar a 30 km/h. Ya había desinflado las gomas de La Julia, pero igual salta como una rana. Me cruzo en el camino con obreros trabajando en la pavimentación y uno que otro auto. Mucho calor. Al cabo de dos horas pacientes, llego a un lugar en una playa donde puedo comer algo para seguir. Pregunto cuánto más falta para el pavimento. 45 minutos. Si, 45 las pelotas!
El camino se hace cada vez más complicado, montañoso y lento y polvoriento. Ya no viene nadie por ahí. Me pregunto si me lleva a un lugar final y si tendré que desandar todo esto. Hace más de 40 grados y me derrito.
El miedo no es zonzo, casi siempre es más vivo que uno y por eso somos sus esclavos. El miedo me dice que La Julia se puede romper otra vez, si no el embrague emparchado en Flagstaff, las correas que hace muchas semanas que chillan pidiendo recambio. Ves? Qué inteligente es mi miedo, no? Me concentro en lo real. La Julia anda. El calor es real, pero tengo y tomo mucha agua. Las montañas rojas son hermosas y de vez en cuando se abren para mostrarme playas desiertas y celestes y mar desierto y azul. Puedo morirme aquí, si, pero eso quiere decir que estoy vivo.


PACQUA.


Recapitulemos. Check list. Agua tengo. Gasoil tengo. Comida un joraca, pero hambre tampoco. Igual con este lorca no me como ni las eses. La Julia anda bien, aunque un  poco de aire acondicionado no vendría mal. Todavía tengo hielo en el termo, con agua fresquita que me tiro más en la cabeza que en la boca. Acá adentro deben hacer 45 por lo memos. Hace horas que no me cruzo con nadie. En cualquier momento encuentro una Mitsubishi parada con un esqueleto adentro...
Macana. Lo que sí hay de a cientos son cadáveres de neumáticos. Este camino está hecho de rocas y piedras de puro filo. Si reviento una goma, ja, todavía no practiqué un cambio de neumático con pierna y media. Y si se rompe alguna de las correas que están chirriando desde hace 1000 km? Y si el embrague trucho que puse en Flagstaff me hace otra broma? Y si... Basta! No digo? El miedo no es zonzo. Bah, total, tengo la bici. Será cuestión de seguir pedaleando nomás.
En medio de este ajeatreado andar aparece una gran roca pintada de verde. Es una rana. Es Paqua, mi espíritu, mi guía. Me invade la tranquilidad. La rana me sonríe. Yo le sonrío. A pocos metros un mojón indica 15 km. Luego 14. Me estoy acercando a algo. En media hora lo sabré.


ROCCO.


Los mojones pasan como tortugas. Qué habrá en el kilómetro cero? El pavimento? Una estación de servicio? Un dead end?
No, está Rocco's Corner. Es un rancho, un parador en el medio de la nada. Paro y me recibe un viejo. Usted es Rocco? No, Rocco se fué a Guerrero Negro a recortar y pulir los huesos de las piernas. El viejo me muestra fotos de Rocco. Fotos de antes, cuando tenía piernas completas y medía 1,90. Fotos recientes, depués que le cortaran las piernas hasta debajo de las rodillas. Está en un hospital porque se le gastan las rodillas. Porque Rocco camina de rodillas...
Bajo la sombra de un techito tomamos una cerveza con el viejo. Hay fotos pegadas por todos lados. Rocco con cientos de visitantes. La mayoría con mujeres. Rocco de rodillas casi siempre queda a la altura de las tetas de sus visitantes. El siempre aparece con los ojos muy abiertos y sacando una lasciva lengua. En el techo hay colgados cientos de los trofeos que Rocco colecciona: bombachas de mujeres. En una pared hay una bombacha gigante, como para una vaca.
Le pregunto al viejo dónde estoy. Hay una mapa de Baja California. "Acá", me dice. Si, señores y señoritas, Rocco's Corner está en el mapa! Termino mi cerveza, le convido un cigarrillo al viejo y le pregunto cómo llegar al pavimento. 15 millas más de terracería. Y bueh, por lo menos ahora sé que me lleva a algún lado. El viejo me aconseja que vaya a Bahía de los Angeles. Es un desvío de 70 km de ida y 70 de vuelta. No sé si me alcanzará el diesel. No sé si habrá diesel allí, pero el viejo me dijo y el nombre me gusta. Bahía de los Angeles. Allá voy.
Mientras manejo pienso en Rocco. Qué se sentirá andar de rodillas en la vida? Y pasar de un metro noventa a un metro cincuenta? Y yo, tengo algún derecho a quejarme de mi renguera? Mi pierna izquierda anda mal, pero está y anda.


SELENE.


La entrada a Bahía de los Angeles es soñada. Después de subir los cerros, desde la cima y bajando se ve toda la bahía, azul como el sueño, rodeada de rojas montañas como anillo de fuego. And it burns, burns, burns, the ring of fire, the ring of fire. Y quema nomás, la pucha. Qué calor! Es un pueblito de unas 15 cuadras de largo y un par de ancho. Bordea al mar. Bajo a la playa y me tiro al agua. Fresca, azul, transparente. Mi primer contacto con el mar en tres años.
Un cartel en la playa recomienda cuidado al nadar con tiburones... ballena! Uno de mis sueños. Nadar con un tiburón ballena. Me como unos tacos y salgo a buscar hotel y quien me lleve al otro día a los tiburones. No hay casi turistas, pero los precios son para gringos y lejos de mi presupuesto. Tampoco consigo alguien con bote.
 Hay un parking enorme frente a la playa, al lado de un puesto de Prefectura. Me acerco y averiguo que puedo pasar la noche allí, frente a la Bahía, con todo el mar y las montañas de mi propiedad. Un hombre mayor, que no es milico y vive ahí nomás, me dice que sí. Se llama Guillermo.
 Aparco mi carro nomás, y preparo a La Julia como coche cama. Me da cosa dormir con las ventanas abiertas pero, ah!, tengo techito corredizo, jeje. Se hace la noche y poco a poco aparecen las estrellas. Miles y miles. Unas nubes que se aproximan desde el este resultan ser... nubes de estrellas. Tan hermosas. Pongo música y, cuándo no, i-tunes me sincroniza Coldplay: "look at the stars, how they shine for you..." No puedo parar de llorar.
La canción me lleva a una epifanía que tuve en Mar Azul. Fuí a la playa de noche, sin luna, y ví lo contínuo del mundo, no había línea entre arena, mar y cielo. Y lloré mi dolor y el viento me abrazó y me sostuvo. Y una luz dorada detrás mío iluminó la arena pero al darme vuelta no había nada que la produjera. Y miré la arena bajo mis pies y sólo vi estrellas. Y mirando hacia abajo las estrellas me dí cuenta qué siente la dios. Y todo todo brillaba para mí. And it's all yellow.


Estoy listo para pasar la noche en La Julia, pero son sólo las diez y tengo hambre. Manejo hasta lo único abierto y me trago un par de panchos. Vuelvo a la playa. Prendo la música y ahora es Maná que canta: "Ahí viene la luna..." No! No puede ser! Pero sí. Una claridad frente a mí se vuelve una luna que ya está toda ahí antes de que Maná termine su anuncio. No puedo parar de llorar.
La luna hace un reflejo en el mar que es un triángulo que se ensancha hacia mí como la pollera de una maja. Y la pollera danza con las aguas y la luna es una mujer, es Juli, es la dios, que danzan para mí. Y Maná y Juan Luis Guerra cantan : "Bendita la luz de tu mirada..." Y no puedo parar de llorar.
Me acuesto en La Julia y me duermo con la luna y las estrellas y el mar y las montañas y el viento. Viento que empieza violento a sacudir el auto y lo mueve de un lado a otro y me hamaca y me duermo y todo está bien, así sea la última vez que cierro los ojos.






A la mañana me despierta el sol. Me bajo de La Julia y aparece Guillermo para ver si estoy bien. "Sí, gracias. Ah, sabe quién me puede llevar a nadar con tiburones ballena?"
"Sí, claro, yo. Podemos salir a las diez".
Qué emoción! Qué casualidad! Casualidad? Prendo la música y, sí... Maná canta: "Soy, el rey de la mar, tiburón..."
Y yo no puedo parar de reir.