jueves, 30 de junio de 2011

Ya se fué el tiburón.

Salimos con Guillermo a la bahía. Las montañas son pura roca roja, gris, amarilla. Hay senderos por donde antes se traía el oro y el cobre de las minas. Hay una casa encajada con la piedra de la montaña donde hace no sé cuántos años no sé qué francés hacía no se qué. No sé si se rajó o lo mató la revolución de no sé qué líder mexicano. Guillermo me explica todo esto y yo sólo pienso tiburontiburontiburón.
¡Bah! También pienso cómo carajo voy a hacer después de tirarme al agua para subir de vuelta al bote con una sola pierna aprobada como tal. Eso si llego alguna vez a tirarme. Eso si llego alguna vez a volver al bote.
Total, que por ahí no aparece ningún tiburón y listo, se acabaron mis problemas. Igual me hago el canchero y me pongo el equipo de snorkel. Creo que hace 6 años que no lo uso.
Yo soy el primero que lo divisa. Es chiquito, 5 ó 6 metros. Los tiburones ballena que vienen a la Bahía de los Angeles son adolescentes. Un tiburón ballena adulto puede llegar a medir 20 metros. Este es chiquito las pelotas. 6 metros de tiburón son muchos metros. Me siento en la borda y Guillermo arrima el bote. El me va a decir cuándo. ¿Estoy por tirarme de espaldas sobre un tiburón? Wako, patso, loco, fou. El tiburón está debajo mío. Mide dos veces el botecito, que lleva a Guillermito con Ivancito. ¿Qué querés? Al lado de la bestia hasta las montañas parecen decorado de trencito Marklin.
La orden no llega. El tiburón nunca deja de estar debajo de donde me voy a tirar, hasta que desaparece en la profundidad. Vamos por otro. Los latidos de mi cuore no amainan porque ahora vi que se mueven rápido y que sacuden como matamoscas esa colita de apenas 3 metros.
Aparece un segundo. Esta vez hay lugar para tirarse. Me tiro. Guillermo me hace señas hacia dónde ir. Lo veo por encima de la superficie. Veo la aleta dorsal y otra que tiene en la cola que se mueve de aquí para allá. Pero bajo el agua no lo veo. Me aproximo, con más cagazo que ganas. Pero no lo veo. Al final desaparece. Nada.
Subir al bote, cansado, emocionado, cagado en las patas (de rana),  es mi nueva proeza. Guillermo improvisa un escalón con una soga donde pongo la pata buena. Con una mano me agarro de un parante en la borda y arriba la pata mala. Ya estoy desparramado adentro del bote. Qué estilo... penoso.
Vamos por otro. Allá está. Este es un chiquito de los grandes. 8-9 metros. Me tiro de nuevo. Me aproximo. Lo veo desde la superficie, no lo veo debajo. Me aproximo como un patito. Lo veo desde arriba. No lo veo de abajo. ¿Cómo puede ser? ¡Qué visibilidad de mierda hay acá! Creo que estoy a menos de 2 metros. Me asomo por arriba y ya no está. ¡Puta! Meto la cabeza bajo el agua y me digo: "¡Qué cerca que está el fondo!" Pero el fondo tiene lunares claros y se mueve. Abajo mío es todo fondo, todo tiburón. Está pasando debajo mío, casi rozándome. No termina nunca de pasar. Todo mi campo visual es tiburón. Pego un grito que sale por el tubo del snorkel. Cuando me asomo a la superficie, veo que Quillermo no puede más de la risa.

Ya de vuelta en el bote Guillermo me pregunta si quiero ver otro. Ni en pedo. Todavía tiemblo. Pero estoy contento. Un sueño más que ya no es sueño. Y pude.
 Pude.

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