domingo, 28 de mayo de 2017

El chamamé de la venganza.

"Odio a los porteños. Me vengo bancando a uno desde siempre. Cada día, cada mañana, en el espejo.
Me gusta bailar lo que me gusta bailar. Por eso los bailes son en casa y el DJ, yo. Rock, salsa, tango y chamamé. Ni zamba ni chacarera ni gato ni nada de lo que te obligan en el colegio y te distancia de la mujer. El tango cuando viví en la ciudad, el chamamé cuando adopté el campo. En Salta la linda, en Cachi. estábamos en un hostel que de noche se vuelve peña. Dos francesas y una quebequoise en viaje de aventuras. Una más hermosa que la otra. La peña en realidad no es peña, hay un cantor, muy salteño él, vos sabés, poeta, cantor y defensor de la tradición por default. Canta bien, toca bien, y yo lo aplaudo bien. Entre canción y canción me echa una mirada. No se parece a la mía. Quizá le llame la atención mi bella compañía, quizá mi aspecto de viejo lobo. Uso un sombrero negro sólo en mis viajes. Para algunos, de Indiana Jones, para otros de Michael Jackson, en realidad es un traicional sombrero tanguero que compré por ahí, en un ataque de azar. El cantor nos tiene reservada una sorpresa. Baile tradicional a cargo de una parejita de no más de quince, vestidos de tradición gauchesca,-qué mal que suena esta palabra-. Bailan lindo y son lindos, el show se vuelve en algo alegre, a pesar de que chacarera, gato o zamba no es lo mío. El cantor sigue poniéndole música a baile, sin dejar de dispararme una mirada cada tanto. Entre canción y canción, hace comentarios como dueño de la argentinidad,-otra fea palabra-. Al cabo, anuncia que ahora los bailarines serán los espectadores y sin más trámite me invita a bailar con la chiquita. Me niego. Pero me manda a la chiquita a sacarme y al auditorio a forzarme, -¡que baile, que baile!- Acorralado.me levanto y con la nena me dirijo al muere. En el camino le digo que me marque los movimientos. El cantor se hace el plato. En Facebook parece que sé lo que hago y que la estoy pasando bien. El video lo borré. Me gusta hacer el ridículo cuando me gusta hacer el ridículo. Nunca por mandato, mucho menos de un cantor salteño..El turro me hace pasar de chacarera a gato y a zamba y yo, que para todo hago los mismos movimientos, me siento Frankenstein dando los primeros pasos. Quince minutos son suficientes. Le hago una reverencia a mi chiquita y me arrastro hasta la mesa. Menos mal que mis compañeras no entienden un pomo de folclore. La parejita se va y el cantor sigue con su show.-Je, je-, ahora me toca a mí. Distribuyo la palabra clave entre mis compañeros y empezamos a golpear la mesa y a gritar. El resto del auditorio se contagia y es toda una sola voz: -¡Chamamé, chamamé!-. El cantor se disculpa, no conoce ninguno.  Le disparo nombres de chamamés famosos. El tipo ataja lo que puede, -¡Ja!- nada. Termina el show en retirada, con un par de canciones que no mueven un pelo y se va arrastrando la guitarra. Ya ni me mira."

El porteño se toma un trago, se recuesta en la silla, y me mira esperando que diga algo. Yo no voy a gastar saliva ni para escupirlo.