domingo, 12 de agosto de 2012

Se murió un buen tipo.

Don Pablo. Técnicamente suegro, pero amigo, padre, compinche, animador de momentos, alegrador de corazones.
Lo conocí el día en que me casé con Ale, cosas que pasan, y nos agazajó con el primero de incontables asados. Don Pablo, maestro asador. No sé cómo, pero te sacaba un asado perfecto en 45 minutos. Hay que ver lo bien que cocinaba, infinito mérito sabiendo que don Pablo carecía del sentido del olfato. Cómo catso hacía?
Nos dieron un dato de buena carnicería en Urdinarrain y allá fuimos con don Pablo. Pasamos  tres o cuatro veces por la cuadra donde se suponía que estaba, pero nada. Al cabo descubrimos una pequeña puerta mosquitera y entramos. Era ahí. Estaba casi llena de gente. Don Pablo entra y dice: "Acá es la carnicería, no? Nos dimos cuenta por el cartel luminoso." Había que ver la cara de desconcierto de los paisanos.
Don Pablo adoraba el campo, adoraba el aire libre y el sol. Simpre bien tostado, hasta en invierno, y tenía mucha pinta y unos increíbles ojos celeste esmeralda. Un tipo tremendamente tranquilo, nunca levantaba la voz más que para hacer una broma. Un campechano. Y un humor irónico de aquéllos. A mi me llamaba el Dulce, por mis entonces frecuentes ataques de ira. Después me bautizó el León, por la avidez con que comía sus asados. Todos los que lo amamos tenemos un nombre dado por don Pablo.
Me hizo la pata, la gran pata, en todo el proceso de construir la Malfatta. Estaba Cristobal y dos bolivianos más levantando la primera pared, arriba en los andamios, a todo vapor. Don Pablo en una reposera, tomando sol y observándolos. Cristo le pregunta: "No toma mate, don Pablo?" "No", contesta. "Se pierde el tiempo".
Don Pablo andaba siempre con sus cartones, siempre listo para un partido de truco o de chinchón. Era imbatible, sobre todo al chinchón. Creo que era pura intuición, un natural del chinchón. Hay dones que parecen inútiles, pero no. A mí me enseñó a saber perder.
A don Pablo no le gustaba malgastar y sabía conseguir cosas con nada. Llevaba revistas viejas y chucherías a Almada y las canjeaba por huevos de campo. También envasaba en frascos la miel que producíamos allá. Y  llevaba a Buenos Aires huevos y miel y los regalaba como atención a gente clave. Así, con pequeños regalitos, consiguió una pensión y obra social para él y Mercedes. Don Pablo entendía cómo funcionan ciertas cosas.
Con don Pablo compartíamos el gusto por bagayear. Un día mew llama y me dice que encontró tirada una maceta con un arbolito. Voy y la levantamos y la llevamos al campo y plantamos frente a la casa el arbolito, sin saber que árbol era. Al cabo de una año, el árbol prosperó como ningún otro en la arcillosa tierra entrerriana y nos contó su secreto en flor: era un ceibo. Mi árbol y yo, decía él, orgulloso. Un día lo dejé pasmado al mostrarle su árbol, clarito clarito, en Google Earth. Poco antes de que se fuera, le mandé a don Pablo fotos de su árbol, que tiene un  cartelito que dice "Don Pablo", por supuesto. No estuve, pero me dicen que su sonrisa fué de las más grandes.
Don Pablo era esencialmente un hombre sensible, sobre todo al dolor. No soportaba ver sufrir a los que amaba. Fué un abuelo adorable para la Yuli, cómo él la llamaba. Poco después de que Juli se fuera, viene don Pablo a verme. Yo había recibido señales de ella. Que estaba bien. Con mamá y Perla. Vivas, de otra manera. Lo escribí en un papel, lo hice un rollo atado con cinta y se lo dí. Es un mensaje de Juli, le dije. Don Pablo no lo abrió, lo guardó y siempre lo conservó.
Yo no conozco triángulo amoroso más fuerte y elevante que el de padre, hija y esposo. Como el que tuvimos don Pablo, Ale y yo. Como el que tuvimos yo, Juli y Sebas. A esos triángulos les agradezco el haberme llevado a un estado de amor que me acompaña y me guía.
Lloré un poco cuando me enteré. Por mí, por Ale, por Agus. Pero me alegré al cabo. Por Juli. Guachita, allá va don Pablo. Y tenés al abuelo Ivo y a la abuela Yiya. Mortales aburridos! La  fiesta es allá, en el más allá!






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