Cuestión que al cabo y en su cama, a la mama le trajeron el crío, su primero, amarillo y achinado, tanto que pensó que se habían equivocado y que su hijo estaba entonces en brazos de una coreana. Pero no, estaba ictérico e hinchado nomás. El enfermero que ayudó al parto le dice que tiene que llamarme David, que en su delirio de dolor, la vieja se la pasó gritando: "Jesús! Hijo de David! Ten piedad de mí!"

Muy temprano me inundé en una familia racista. Mi abuelo Arturo supongo que simpatizó con mi viejo por eso. Papá era un croata inmigrante pata sucia entonces y mamá una chica de la alta sociedad de Buenos Aires. El abuelo tenía un radar para detectar judíos. Entraba a un cine y decía: "Tercera fila, cuarto asiento a la derecha". Todos sabían que su radar había encontrado un objetivo. Murió cuando yo todavía era bebé, pero me dejó una cicatriz que abarca mi pecho. Yo tenía un pequeño angioma y mi abuelo odiaba la imperfección. La cicatriz creció conmigo.
Papá despotricaba a diario contra los judíos. Por contagio con su germanofilia, supongo, aunque tampoco me explico esto. No había judíos en su Croacia natal y los alemanes lo trataron más que mal cuando peleó junto a ellos en la Segunda.
Pero la experiencia me sirvió, el viejo hablaba porquerías de los judíos y no sabía que yo, con cuatro años apenas, estaba enamorado de Juanita, la chica de la esquina. Y Juanita era judía. Aprendí muy temprano que los padres se equivocan también. Juanita no tenía nada de la mierda con que el viejo le tiraba. Aprendí muy temprano también que sólo el amor vence al odio. Mucho más tarde Julieta me enseñaría que sólo el amor vence a la muerte también. Tan bien.