Los ataúdes de los niños son blancos. Porque mueren puros, vírgenes, limpios de vida. La Mitsubishi blanca casi se vuelve un ataúd. Mi ataúd. Y yo hubiera muerto como un niño, virgen del dolor y el amor y todo todo lo que me dejó la muerte de Juli. Y su vida. El 7 de abril del 2000 yo no morí porque no me tocaba. Juli tenía añitos y yo una vida ignorante de la vida. Y de la muerte.
Intenté cruzar un vado, el motor se clavó y la correntada me tiró a un río. Un alambrado trabó la camioneta y por efecto de la correntada la trabó contra el fondo. Yo dentro de la cabina, el agua subía y pasaban los minutos. Ventanas cerradas y levantavidrios inútil y eléctrico. Golpeé con un trabavolantes los vidrios, pero la presión del agua convertía al vidrio en acero. Golpeé con mi cabeza. Ahora sé lo que se siente ser moscacucaracharata. Y el agua subía. Y lo único que podía pensar era "cómo me voy a morir de forma tan boluda".
El alambrado cedió y zafó la camioneta, que alcanzó a flotar. Pateé la puerta y salté al agua y nadé como pude y llegué a la orilla y miré la camioneta que se llevaba la correntada y dejé los cigarrillos ahí y, ¡mierda!, qué gran momento para un pucho.
El del seguro por teléfono me dice que me dan una camioneta nueva. "¿Qué color?', me pregunta."Blanca", digo, sin pensar, pero la llamada se corta.
"No escuché. ¿Qué color?" de nuevo me llama. "Blanca", vuelvo a decir, pero de nuevo se corta.
"¡Dígame rápido el color!", insiste. Y yo... "¡Roja! ¡La quiero roja!' Esta vez no se corta.
2009. Vancouver. Rainy Vancouver. Busco 4x4 digna de mí. De mi viaje panamericano. Mitsubishi Pajero es mi elección, diesel, vieja, manual, pocos km. Otra vez tengo dos opciones. Un modelo Super Special roja, y una más standard blanca. Voy a ver la roja. Es demasiado. Es una edición especial para super fanas del off-road. Yo no necesito tanto. Me decido a ir el próximo día por la blanca. Pero el próximo día una pierna me duele tanto, de nada, por nada, que no puedo levantarme. ¿Será que...?
Decido, si la pierna me deja, ir a echarle otra mirada a la roja el día siguiente. La pierna amanece sin dolor.
Esta vez la manejo yo. Es menos indócil de lo que creía. Se fabricaron sólo 750 de éllas. Y ésta es la número 627. Mi número, el 627, desde mis trece años, el 627. No es mi número de la suerte. Es el número de mi destino, de mi amor y de la señal que espero. "¿Tiene nombre?", le pregunto a Lou, el dueño. "Sí, yo le puse Julia".